Restitución. El perdón II

perdon

Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros como yo os he amado”, dixit Yeshua Ben Yosef, esto es, Jesús hijo de José.

Como decíamos la semana pasada, el perdón es un tema amplio en el que mucho tienen que decir diferentes ramas del saber humano. Incluso divino. Pudimos asomarnos a lo que dice de él la ciencia de la Psicología y las personas que trabajan directamente con el mundo de los espíritus. Hoy podremos adentrarnos someramente a lo que afirma de ello la Iglesia católica, entre los que se incluyen algunos exorcistas, así como Jesús de Nazaret, según, claro está, la Biblia.

Además, intentaremos hacerlo, aprovechando que utilizamos esas dos vertientes humanas inexploradas aún en este análisis, desde una nueva perspectiva. Como en todo tipo de relaciones, hay dos libertades en juego; dos personas; con frecuencia, dos maneras diferentes de entender la vida, por muy similares que ésas sean. Ciñéndonos al tema que tratamos, dos papeles diferentes: la persona que daña y la persona dañada. La pasada semana buceamos en el segundo caso: en la posible respuesta de la persona que sufre un mal a manos de otra. Hoy nos aproximaremos, sobre todo, a las posibles opciones que puede tomar el agresor una vez consumada la agresión.

Es frecuente, en el ambiente de aquellos que se rodean de personas que profesan la religión católica, que circule un comentario, cuanto menos, jocoso. “Claro, como Dios se lo va a perdonar todo en la confesión, se permiten el lujo de hacer daño continuamente”. La frase refleja una realidad, a mi modo de ver, triste y demasiado frecuente. Cínica, sí, pero demasiado habitual, creo. La realidad de aquellos que, por sentirse “elegidos” por Dios, se otorgan el derecho de hacer de su capa un sayo, pasando por encima de quien sea, como sea, al estilo de los reyes absolutistas, quienes gozaban de todos los privilegios de manera soberbia mientras el pueblo malvivía oprimido y, con frecuencia, hambriento.

Lo curioso del caso es que la doctrina, que no los hechos, de la Iglesia católica, en cuanto a la confesión se refiere, sintoniza muy bien con el sentido común y con la manifestación de muchos de los espíritus, ya desencarnados, con los que diferentes sensitivos, algunos de ellos sacerdotes católicos, trabajan. Trato de explicarme.

Requisitos de una buena confesión de los pecados, según esa Iglesia, se resumen en cinco pasos ordenados y consecuentes: “examen de conciencia” o darse cuenta del mal hecho; “contrición del corazón” o arrepentimiento sincero por el daño causado; “confesión” o pedir perdón; “propósito de enmienda” o firme resolución de dejar de hacerlo; y, he aquí la guinda, lo que suele llamarse “cumplir la penitencia”, que en su origen y filosofía radical (es decir, en su raíz primigenia), central y principal viene a ser la res-ti-tu-ción del mal, muy lejos de los cuatro padrenuestros que se suelen mandar.

Dicho de otra manera más sencilla y coloquial. ¿Qué se suele hacer?: primero, “uy, creo que me he pasado”; segundo, “uy, Dios me va a castigar”; tercero, “voy al cura y me confieso”; cuarto, “no lo hago más, salvo que, claro, me vea obligado a ello, porque, al fin y al cabo, Dios me va entender”; quinto, “ah, vale, tres avemarías y ya resuelto”. ¿Qué debería hacerse y la propia Iglesia católica, en su doctrina más teológica y pura, reconoce?; primero, “vaya, creo que hecho daño a esta persona”; segundo, “me desagrada habérselo hecho, es mi hermano espiritual al fin y al cabo”; tercero, “voy a hablar con ella tranquilamente y a pedirle perdón”; cuarto, “prometo intentar cuidarla más”; quinto, “¿qué consecuencias ha tenido mi acción?, porque cuanto antes voy a repararlas, cueste lo que cueste, con honestidad y valentía”.

En mi bagaje espiritual, confieso que he tenido la gran oportunidad de conocer a personas excepcionales. Una de ellas fue un sacerdote católico de grandísima profundidad teológica y, además, exorcista; una especie de gurú espiritual lleno de humanidad sabia y experiencia del más allá. Yo me encontraba entre los numerosos alumnos que él tuvo a bien tener durante toda su vida.

Contaba con frecuencia un caso: se acercó un penitente a su confesionario informándole de que había robado una cantidad muy substanciosa de dinero a una empresa. Este buen sacerdote le escuchó pacientemente y, con cordialidad, analizó con él la naturaleza del hecho; llegado el momento de decirle la penitencia que debía cumplir, le ordenó que devolviera todo el dinero, además de aceptar las consecuencias legales de su acto si el empresario decidía emprenderlas. El penitente, parece ser, quedó atónito; él esperaba que le mandaran unas cuantas oraciones sin más. El sacerdote no se arredró: “si de verdad estás arrepentido, ve, pídele perdón y devuélvele todo el dinero; además, es el único bien que puede recibir tu alma”. El caso concluyó sin absolución.

Similares confesiones tuvo en su vida: asesinatos, despidos, etc. En todas, según contaba, realizaba praxis similares. El porcentaje de personas que atendían su consejo era bajo, tristemente.

Este buen sacerdote exorcista, sin pretenderlo o, tal vez, debido a su experiencia con el más allá, coincidía con las personas que, de manera u otra, trabajan con el mundo intangible de los espíritus. Afirman que esas almas manifiestan que únicamente hay una vía real de redención. Vía compuesta por dos momentos de especial importancia: primero, pedir perdón a la persona afectada, mejor estando aún vivos y, si no se diera el caso, intentar hacerlo una vez desencarnados; segundo, restitución. Restitución. Si lo prefieren, reparación. Dios no castiga; el oficio de Dios es amar y, por tanto, perdonar. Son nuestras propias acciones las que, insisto, se nos revelan y, en su caso, se nos rebelan.

¿Está la Iglesia católica, por tanto, estafando a las personas en este punto, conduciéndolas engañosamente a una vida después de la vida con cierto sufrimiento, menor o mayor según el caso? Me duele mucho tener que decir que creo que sí, pero me cuesta mucho pensar lo contrario.

El artículo ya es largo. Próxima semana, cómo ve el perdón Yeshua ben Yosef, según la Biblia nos quiere contar.

Perdón y restitución. Viéndolo fríamente, es la única manera de crear Humanidad, con la verdad y la desnudez del corazón en la mano. Amándonos así como Jesús de Nazaret nos ha amado.

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