Dihidroxifenilalanina. Eso es lo que está en el fondo del placer. Una sustancia química producida por las células nerviosas en el cerebro para darle señales a las demás. Sin embargo, no es tan simple… ni tan complicado.
Nuestro circuito de placer puede ser desencadenado por algunas cosas obvias y otras no tan obvias.
«Hay algunas de las cosas que nos gustan porque estamos programados para que nos gusten, como consumir alimentos, tomar agua y tener relaciones sexuales», le explica a la BBC David Linden, profesor
de Neurociencia en la Universidad Johns Hopkins de Baltimore y autor de un libro llamado «El compás del placer». Sea por lo que sea, señala Linden, parece que estamos programados a evitar el sabor amargo. En la naturaleza, las cosas amargas a menudo son tóxicas, así que no debes comerlas o tienes que prepararlas con cuidado.
«Es por eso que no es raro que un niño, que aún no conoce mucho de la comida, rechace las cosas amargas. A medida que crecemos, a medida que vamos aprendiendo qué debemos comer y qué no, puede que nos empiecen a gustar algunas cosas amargas», aclara.
Ocasionalmente, la genética juega un rol en nuestros gustos. Linden cita el ejemplo del cilantro. Lo que pasa es que a veces, como dijo el filósofo existencialista danés Soren Kierkegaard, «la mayoría de los hombres persiguen el placer con tal apresuramiento que, en su prisa, lo pasan de largo».
Pero, ¿por qué nos saltamos las filas y nos adelantamos a todo el mundo?
Nuestros comportamientos y preferencias están muy influidas por nuestra estructura genética, por factores ambientales que afectan a nuestros genes y por otros genes introducidos en nuestros sistemas por los innumerables microbios que habitan nuestro interior.
Es que esta actitud se caracteriza por “mantener una relación exclusiva con uno mismo, preocupándose por las propias necesidades, sin interesarse por las de los demás”, explica Pedro de Torres, psicólogo clínico del Centro Vallejo-Nágera de Madrid. Por su parte, el pensador Bertrand Russell, en su tratado La conquista de la felicidad, afirma que “el interés por uno mismo no conduce a ninguna actividad de progreso” y señala a los políticos de éxito como las personas que más fácilmente pueden cambiar su actitud de defensa de los intereses de la comunidad por los suyos propios o por el afán de poder. Sin embargo, no hay que ser político para ser un auténtico artista en la defensa del ego. “En determinadas circunstancias todos lo somos, lo hemos sido o podemos llegar a serlo”, afirma la psiquiatra María Dueñas.
Richard Dawkins, profesor de Etología de la Universidad de Oxford (Reino Unido) dijo: “Nuestros genes han sobrevivido, en algunos casos durante millones de años, en un mundo altamente competitivo. Una cualidad predominante que podemos esperar que se encuentre en un gen próspero, será el egoísmo despiadado”.
Por su parte, Pere Puigdomenech, profesor de investigación del Instituto de Biología Molecular de Barcelona, asegura que “esta interpretación se basa en el hecho de que, en el fondo, los instintos están determinados por los genes, que tienden a reproducirse para sobrevivir. A partir de este impulso se podría explicar la evolución y el comportamiento de las especies”.
Desde el punto de vista de la psicología y la psiquiatría, este comportamiento también es el resultado de una serie de variables emocionales y conductuales que se adquieren a lo largo de la vida. Algo que apoya el propio Richard Dawkins al señalar que “aunque los genes nos ordenen ser egoístas, no estamos obligados a obedecerles durante toda la vida. Hay rasgos modificables según los especialistas, es frecuente que una educación poco acertada en la infancia dé lugar a adultos con grandes dosis de egoísmo. Si un niño ve censuradas constantemente sus muestras naturales de vivacidad y no se siente apoyado en sus sentimientos, llegará a la lógica conclusión de que todo cuanto desee ha de conseguirlo por sí mismo, sin poder esperar nada de nadie. Progresivamente, irá integrando en su conciencia la idea de que las personas que lo rodean son sólo medios para conseguir sus fines y preferirá utilizar a los demás antes de que ellos tengan la oportunidad de hacerlo con él” explica Pedro de Torres.
De todos modos, los psicólogos han constatado que las personas con esta actitud suelen tener una mentalidad infantil, grandes dosis de debilidad y un sentimiento de inferioridad.
Por otra parte, hay quien piensa que la sociedad actual fomenta esta conducta.