Yo vi al rey desnudo: 40 aniversario del Golpe de Estado del 23F en España

23f

Desde aquél 23F yo siempre he visto al rey emérito desnudo. Estaba haciendo la segunda ecuación de deberes de mate de 2º de BUP, aunque yo ya sabía que era de letras. Mamá zurcía calcetines sentada en el banco bajo de la cocina y vigilaba a mi hermanita de 4 años mientras jugaba en  el suelo. Mi hermano, con 11 años, también jugaba en la sala junto a mi anciano abuelo materno.

Oíamos la SER; Radio Bilbao. A las 18: 23, entre los síes y noes de la votación para investir un nuevo presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo, tras la dimisión del Adolfo Suárez, primer presidente de la joven democracia española, nada más nombrar al diputado por el PSOE Núñez Encabo, oímos los ruidos, las voces, el “!quieto todo el mundo¡” el “¡se sienten coño!” y los tiros que levantaron a mi madre del banquito. Me miró con los ojos fuera de sus órbitas y comenzó su angustiosa retahíla: “cuida de la niña, que marcho a la tienda a por azúcar, harina y leche; que no tenemos bastante. ¡Ay Dios! ¡Otra vez no! ¡Dónde andará tu padre! (era camionero). Yo aquí sola con todos. ¡Padre! ¡Padre! ¡Qué vuelven estos!

Mi abuelo era un republicano que acababa de ver de refilón en la vieja Inter en blanco y negro a Tejero tomar el estrado del Congreso de los Diputados pistola en mano y luego se le había ido la tele a negro. Me contagiaron el miedo. Sentí verdadero terror al ver a mamá azorada escaleras abajo y a mi abuelo dándose con las paredes de la casa. “El rey” –decía, al igual que habían hecho su abuelo Alfonso XIII y su Padre Don Juan, a favor de las dictaduras y en contra del pueblo- El Rey, hija, nos ha vendido”.

A mí se me vinieron a la mente aquél día palabras como hambre, pobre, cárcel, roja, paredón… vimos pasada la 1 de la madrugada a Juan Carlos I en la tele hablar de su compromiso con la Constitución y con la Democracia. Y mi abuelo dijo: “¿tú te lo crees, hija? A este le han llamado de fuera y le han dicho que “quieto parao””. Pocos años después me di cuenta que, desde ese momento junto a mi abuelo, como en el cuento clásico de Hans Christian Andersen, vi al Rey desnudo.

Los hechos, las frases y los últimos acontecimiento en torno a la figura del tal emérito, supuesto salvador de la democracia, solo consiguen reafirmar mi teoría: el rey estaba en el ajo y recibió una llamada de algún secretario de Estado, algún Canciller, alguna Iron Woman moradora de Downing Street o del que le tocara hacer llamadas desde el Club Bilderberg ese año.

Y por una vez, y al contrario de lo que ocurrió en 1936 y otras veces, a España le mandaron rápidamente desde el extranjero la vacuna contra el golpismo, o vacuna para la democracia. La historia universal se nos puso de frente y no de perfil, y alguien en los cielos capitalistas y democráticos pensó que no se podía permitir una dictadura militar en la moderna Europa y que éramos un goloso mercado incipiente de futuros consumidores de coches y electrodomésticos, además de un enorme chiringuito de playa para sus jubilados.

Y el Rey cambió de tercio, se puso a hacer llamadas y se vistió corriendo para que yo no le viera sus partes pudientes. Pero nunca se me ha quitado esa idea de la cabeza. Los años y las recientes informaciones sobre sus ilegales riquezas, sus dineros opacos y sus cortes de mangas a la ciudadanía, a pie de vuelo privado yéndose a los Emiratos a vivir como un marajá, me han reafirmado en mis sospechas. Certeras no, claro; por algo la franquista Ley de Secretos Oficiales sigue vigente, escondiendo lo que pasó aquella noche, en la que trascurrieron siete horas desde la asonada hasta que la alocución real tranquilizó a los españoles por la televisión.

El elefante blanco no fue a la cacharrería

Eran y son muchas las pistas. Había ruido de sables porque el gobierno de Adolfo Suarez era un desastre y el rey no le aguantaba más. ETA había matado el año anterior a 124 personas. A primeros de aquel febrero Juan Carlos visitó la sala de Juntas de Gernika y los abertzales le desplantaron cantando a capela “Euzko gudariak”. También había ruido de tenedores, de comidas y cenas de políticos que no descartaban que se pusiera un militar al frente de un gobierno democrático. El clima social se cortaba con un cuchillo y el ahora emérito le daba carrete al malestar militar a través de su antiguo secretario general y mentor, Alfonso Armada.

Según se ha explicado mil veces, tras el asalto al Congreso de Tejero y la ocupación de Valencia de Milans del Bosch, Armada pretendía acercarse al rey para ofrecerse como solución y reconducir el golpe en supuesto beneficio del país y de la Corona. Quería comparecer en el Congreso como enviado real para proponer un Gobierno de compromiso presidido por él mismo. El secretario del rey, Sabino Fernández Campo, no le permitió que acudiera al Palacio de la Zarzuela, e impidió que ejerciera su influencia sobre el monarca. ¿Tan influenciable era?

Las fuerzas armadas de la época eran franquistas y el rey era su jefe, porque le había nombrado Franco. 40 años después, los militares “nostálgicos” a nada que se enervan le envían una carta a su hijo, Felipe VI. Por algo será. Se sabe que un general le contestó a Juan Carlos “yo cumplo sus órdenes, pero ¡qué ocasión estamos perdiendo!” y que a Milán del Boch, el monarca le dijo tras salir en televisión “ahora ya no puedo volver atrás». Volver atrás. Dan hasta escalofríos.

El posterior juicio de Campamento, ya con el Gobierno de Calvo Sotelo en marcha, dejó fuera a muchos de los guardias civiles que habían participado y aunque penó con 30 años de cárcel a los generales Armada y Milán del Boch y al teniente coronel Tejero, los indultos posteriores y la vida padre carcelaria del último, quien todavía celebra el golpe y jamás se ha arrepentido, son pistas que no se pueden obviar. Pagaron el pato del elefante blanco que, como en una cacharrería, se suponía iba a personarse en el Congreso para “disponer lo que tenga que ser”, que no sería nada democrático.

Nativel Preciado, redactora de Interviú encerrada aquella noche en el Congreso, ha dicho estos días en televisión que el golpe de estado de Tejero fue un gran susto pero fue blando, (por burdo, bruto, torpe, atropellado, testosterónico y falto del mínimo sentido de la estrategia) y que nos libró del golpe de estado duro; el que nos esperaba si los generales Alfonso Armada o Milán del Boch hubieran acabado convenciendo al rey de ser jefes de Gobierno. Convencido estaba. ¿Quién o qué le desconvenció?

No comprendo cómo (salvo Pilar Urbano, que también vio la desnudez real) el periodismo patrio de entonces que sabe y calla, pero que dice por lo bajinis después de unas copas lo mismo que yo estoy diciendo aquí, no se atreve a dudar en voz alta del papel real y las reales intenciones del monarca aquella noche. Aun teniendo que informar de las vergüenzas del viejo bribón, ni después de 40 años asumen que nos la iba a meter doblada y que no nos salvó él; nos salvamos por la campana. Nadie reconoce que desde aquella noche el rey ha estado desnudo y todos lo veían claramente.

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