Diario pandémico. 1 de marzo de 2021

turquia

Querido diario,

Esto sí que no me lo creo. La gente a veces tiene cada idea que me descoloca.  ¿Tú sabías que un tío en Turquía intentó matar a su jefe dándole un trago con saliva de un infectado de covid? ¡Ja! Así como te lo estoy contando, que yo no miento. Vete tú a saber qué ha pasado por la mente de ese hombre para llegar a semejante acto.

La historia es más o menos así. Un tal Ibrahim Unverdi, dueño de una concesionaria automotriz en Andana, Turquía, le había dado a su empleado de confianza, Ramazan Cimen, unos 30 mil dólares que eran producto de la venta de algunos vehículos. Parece ser que Ibrahim, en lugar de llevar el dinero a destino, se lo quedó para pagarle una deuda gorda a un prestamista que lo venía persiguiendo con los intereses en la mano.

La locura ascendente de Ramazan comienza cuando su jefe, al no poder dar con su paradero, comienza a denunciarlo en los medios. Bueno, que yo también me pondría como loca si mi nombre empieza a ser conocido en todo el país porque mi empleador quiere que le devuelva esos 30 mil que me he gastado en gin tonic.

La cosa es que ahí nomás a Ramazan se le va la olla y se sumerge en el mercado negro en busca de saliva de algún tío que haya pillado el coronavirus, y se topa con alguien que se la vende por 70 dólares. Ahí nomás se pira para el curro, mezcla la saliva del infectado con una bebida que finalmente le ofrece a Ibrahim, y este está a punto de tragársela entera cuando otro empleado lo alerta sobre la situación. Vamos, que si yo veo un loco suelto tratando de envenenar al jefe, pues lo dejo, a ver si luego viene a por mí. Prioridades, cari, prioridades.

Bueno, todo habría quedado en una ¿simpática? anécdota, si no fuera porque Ramazan está que trina, y al no poder llevar adelante su tan macabramente urdido plan comienza a amenazar al jefe y su esposa. “No podría matarte con el virus. Te dispararé en la cabeza la próxima vez”, cuenta Ibrahim que habrían sido las palabras de su empleado. Y mira tú esta reflexión: “Preferiría que me matara en lugar de intentar infectarme con el virus. Mi madre y mi padre tienen una enfermedad crónica. Si me contagio con covid-19, podría haber infectado a mi familia y a los que me rodean. Al menos si me disparara en la cabeza, yo sería el único en morir. No hay necesidad de ser tan malvado”, dijo. Pero hombre, vamos, que no es cuestión de preferencias, que mejor que no te mate y ya. Y si eso debe suceder inevitablemente, no creo que el tal Ramazan tenga ganas de darte a elegir, digo yo. Que si lo hace, tú pídele que te dé un cóctel fatal de vodka, anfetas y cianuro, que al menos te nos mueres flipando feliz.

La cosa es que ahora nadie puede ubicar a Ramazan, y su ex jefe se siente encarcelado en su propia morada. “Mis hijos y yo no podemos salir de casa. Parece que estamos en prisión en nuestro propio hogar. Confío en la justicia y quiero que este hombre reciba el castigo necesario”, aseveró. Pero tío, que al principio de la pandemia todos hemos estado igual y nadie se ha quejado. Joder, que yo sigo atrapada aquí entre mis cuatro paredes y no me oyes hablando en cadena nacional. Tampoco te hagas, Ibrahim.

Para mí que este turco ha buscado la fama para vender más vehículos. Si fuese de su pueblo, ni lo visito. Si me lo pongo a pensar más profundo, casi que comienzo a estar del lado de Ramazan. ¿Quién no ha querido matar a su jefe alguna vez?

¡Hasta mañana, querido diario! Que descanses. Te quiere, Maggie

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