Todos conocemos la tragicomedia de Hollywood donde una pareja rompe o se separa porque, presuntamente, ya no son felices juntos, ni saben serlo, ni quieren realmente encontrar la forma o las ganas de intentarlo. Lo que tuvieron fue magia. Fue fuego. Fue años de encanto, de luchar, de conveniencia y convivencia que atrás deja recuerdos y melancolía. Además de hijos en común que no quieren otra cosa que ver a sus padres juntos y tener una familia feliz. Tanto es así que, al estar alejados el uno del otro se piensan, se añoran, se echan de menos incluso en momentos íntimos con otras personas y, al pasar el tiempo tienen que solucionar algo juntos por el bien de sus hijos y ninguno de los dos puede recordar ni el porqué se dejaron, ni el porqué no podían ser felices juntos y mucho menos por qué ya no lo están. De repente, como si no hubiese pasado nunca el tiempo ni estuviesen con otras personas cada uno, se miran fijamente, sonríen nerviosos como si fuesen adolescentes enamorados y, después de rozar la mejilla y apretarle el cabello de la cara…BREXIT.
Sí, así de destinados a entenderse están la Unión Europea y el Reino Unido y así de dolorosa fue su ruptura que fue efectiva hace poco menos de un año pero que no fue oficial hasta el 24 de diciembre de 2020 mientras ambos decidían cual era la mejor forma de decir adiós. Ambos tenían sus razones. Uno quería que el otro se quedase y el otro no tenía la más mínima intención de hacerlo. Ambos miraban por sus propios intereses y tal parece que ninguno veló por los intereses de los hijos que tienen en común. ¿A qué nos referimos? Pues que no ha tardado mucho en sentirse los efectos de esta separación inexplicable entre la gran UE y su llama gemela, la gran UK. ¿En qué aspectos se sienten los efectos de forma directa o indirecta?
Tal como cuando unos padres se separan o se divorcian, los hijos suelen ser quienes sufren más un vaivén entre la casa de papá durante una semana o al menos los fines de semana, y con la madre al siguiente. Al final pasa factura a quien menos quería la separación como lo está haciendo este Brexit sobrecogido, que ni una, ni otra parte, puede explicar con coherencia y sin escapársele algún suspiro. Para los ciudadanos y los negocios de ambos se aplican ahora más restricciones, más supervisión o monitoreo, más impuestos a pagar para que haya cierta uniformidad entre ambos domicilios.
Es comparable a cuando los hijos estaban acostumbrados a entrar y salir por casa, abrir la puerta de su nevera y tomar lo que era común, comer en familia… Y ahora estos hijos que iban y venían a casa de unos y otros tienen que pasar por controles, que no pueden traer nada que sea de casa de la otra persona y si lo hacen tienen que pagar en aduana un impuesto por importación. Penalizar a los hijos por amar por igual a los padres.
Además de las penalizaciones casi flagrantes, está el hecho de que ahora hay más controles y deberes burocráticos a rellenar por parte de unos y de otros, pero nadie recibe más ingresos por la cantidad doblegada de trabajo que esto supone. Más documentos, más papeleo, más responsabilidad pero se paga lo mismo a todos como dos padres que además de separarse hacen que sus hijos limpien sus casas cada uno sin querer sacarles a pasear siquiera. Y para entrar en casa de uno y de otro no entran como hijos, sino como visitantes que sólo pueden quedarse en un máximo de 90 días por cada 180 días del año. Encima, sólo lo pueden hacer si tienen un visado especial para hacerlo.
Por si esto no fuese suficientemente confuso para los ciudadanos de ambos bandos que solían entrar y salir a ambas casas, ahora resulta que quienes quieren hacer los deberes en casa de mamá porque tiene un ordenador mejor y da mas facilidades, no pueden a no ser que tengan un permiso especial del otro progenitor. Es decir, que quienes buscaban oportunidades o aventuras y aire fresco fuera de su país, ahora tiene que plantearse otro destino que igual no le compensa tanto o donde no se siente tan en casa, como los hijos que quieren pasar el fin de semana en casa de papá pero tienen que pasarlo mejor en casa de la abuela apática y amargada a quien no le gustan nada los niños.
Así pasa con los alumnos de Erasmus, por ejemplo, que antes podían plantearse el viajar de su país en Europa a Inglaterra para mejorar su inglés y quizá encontrar la oportunidad que no termina de llegar en su país natal. Ahora tendrán que ir a cualquier otro sitio excepto a casa de mamá donde el ordenador y el entorno son más aptos y les ofrece más oportunidades.
Estos son, en principio y por nombrar unos cuantos, los efectos inevitables de este Brexit o ruptura del Reino Unido de su compañera de baile favorita. Estamos aún por ver qué más podemos esperar que ocurra en los siguientes meses.
Aunque un final feliz como el que se ve en las películas es bastante improbable habiendo tomado la decisión final de partir, lo que sí tienen derecho a pedir los hijos de ambos, los residentes y ciudadanos de Europa y el Reino Unido, es que faciliten la convivencia y se entiendan como cuando su relación era de dulce. El dinero y el coche de papá es de papá y lo de mamá es de mamá, pero que, por el bien de sus hijos, se hacen flexibles, razonables, dispuestos a un acuerdo y toman decisiones lógicas y sensatas.
Además, tienen derecho a exigir que sus vidas y sus visitas a casa de uno al otro, no sean demasiado difíciles ni traumáticas porque los hijos saben los buenos momentos que pasaron juntos, saben que son fruto del amor que compartieron, saben que hubo buenos y mejores tiempos y saben que sus padres se quieren y se respetan. Saben cómo llevarse bien y disfrutar de la compañía el uno del otro.
Tienen todos los hijos de esta pareja, como todos los hijos de cualquier pareja del mundo, derecho a exigir que a pesar de un Brexit, ruptura o falta de entendimiento, haya paz y que sus vidas no se vean afectadas en demasía. Que todo sea lo más normal, cordial y armonioso posible, entendiendo que ambas partes fueron las que tomaron esta decisión juntos a pesar de tantos y tantos recuerdos y momentos mágicos juntos.