Tras la pandemia las relaciones sociales se recuperarán, la capacidad económica, tardará más, pero el español es muy fuerte y no le tumban fácilmente por más que quieran hacerlo desparecer de la faz de la tierra. España es el país más antiguo del mundo y siguen queriendo derribarlo desde su propio gobierno y ni lo han conseguido, ni lo conseguirán. Eso solo ocurre en España, y ya ha pasado por muchas guerras y epidemias.
El sentimiento de pesimismo y hartazgo de los españoles es inherente al mal gobierno de la epidemia que no la está gobernando, sino que la está manejando a sus propios intereses electorales. Prioriza las encuestas y los votos a los enfermos y fallecidos. Otra cosa es que sus “fieles” subvencionados sin control, y sus cargos “a dedo” no lo quieran ver porque no les interesa, ya que perderían sus bicocas. De lo contrario la epidemia no habría provocado los estragos en contagios, fallecidos y psicológicos. La quiebra del país.
En este orden de cosas, el fútbol siempre ha sido el deporte nacional por antonomasia seguido de otros muchos y ha servido para vivir el sentimiento local, provincial y nacional y éste último a pesar de las pretensiones de los propios gobernantes españoles que, paradógicamente, gobiernan en contra de España.
Evidentemente el fútbol, la fiesta del fútbol, con la visceralidad de sus seguidores, en su mejor versión, y sus sentimientos a unos colores y a su nación, España, ha hecho, está haciendo y siempre lo hará, que ese apasionamiento sano se mezcle, a su vez, con esa expansión y válvula de escape de problemas y sinsabores; eso ha ocurrido desde sus inicios y siempre será así.
No se trata de un “mal necesario“ porque no es un “mal”, sino de un deporte apasionante y emotivo que les sirve a muchos españoles para identificarse con unos colores identificadores de sus territorios de nacimiento y de unas simpatías hacia equipos determinados y del sentimiento nacional.
Tras el fútbol, el tenis, el ciclismo, el automovilismo, y tantos otros deportes, tienen también sus miles de seguidores y adeptos que, disfrutando de sus ídolos, disfrutan y con ello, en sus casos, se evaden de situaciones difíciles o muy difíciles.
Todos estos deportes cumplen esa función, así como el lector es escabulle en su libro, también los amantes del teatro, del cine, de las exposiciones, de los conciertos, y un largo etcétera, se “pierden” en cada uno de estos espectáculos y otras aficiones porque les apasionan y, en sus casos, los liberan de las tensiones que, por unas u otras razones, pueden atenazar en su vida.
Pero ninguno de esos deportes, ni manifestaciones artísticas o musicales son “males necesarios” sino tesoros que habitan en las vidas de cada ciudadano y les hacen disfrutar y aislarse por momentos de los muchos problemas o situaciones difíciles que la vida trae consigo.
Es evidente que el deporte rey en España es el fútbol con sentimientos regionales y patrios, que se congregan en los estadios para darlos “rienda suelta” ante sus equipos favoritos y la pandemia se notó también en ésto con la suspensión de campeonatos y la celebración de acontecimientos deportivos sin público, lo que se hizo notar en la ausencia de las emociones de sus seguidores en los campos y estadios de fútbol.
Todo ello, al ser el fútbol el deporte rey, los gobiernos lo convierten en “cuestión de estado” porque los gobernantes encontraron siempre en este deporte la forma idónea de acallar protestas y ocultación de decisiones “interesadas políticamente y electoralmente”, manejando, así, a la ciudadanía a su antojo en beneficio propio.
Es cierto que la euforia del fútbol, hábilmente manejada por los gobernantes, es una herramienta política muy útil para tapar a la ciudadanía los desafueros de sus gobiernos, pero, a pesar de esos intentos de ocultación de sus decisiones temerarias, como la preferencia del presente gobierno de contagios y fallecidos a pérdidas de votos, no puede hacer desaparecer de la retina de la población esos contagios y fallecidos, ni los gobiernos pueden evitar la evidencia de la desazón de los ciudadanos por las ruinas de los negocios familiares.
El fútbol es utilizado por los gobiernos como si la ciudadanía fuera amorfa, atomatizada, pero solo es amorfa su “masa” que “ni ve ni oye“ para no perder sus prebendas, el llamado “voto clientelar o cautivo”.
El fútbol no es un mal necesario, sino un lujo en la vida de los ciudadanos. El fútbol, la afición, los colores, la selección nacional, tienen vida propia y solo los amorfos se dejan manejar.