Nando López describe en “La edad de la ira” un relato de ficción que, lejos de la ficción, ocurre y puede ocurrir en la realidad, en sus distintas manifestaciones, entre una adolescencia complicada y unos padres que no se resignan a que las ideas de sus hijos no coincidan con las suyas, ni a que sus personalidades y sentimientos no sean todo los convencionales que hubieran deseado y donde en muchas ocasiones, a la vista de conflictos y situaciones dramáticas, los padres preguntan a profesores y tutores “cómo no se dan cuenta de esto o aquello“.
El autor, Profesor y Doctor en Filología Hispánica, pone al descubierto las enormes deficiencias del sistema educativo de la Enseñanza Secundaria Pública, pero que pueden ser equiparables a la Privada y concertada y que se pueden repetir igualmente en la Superior.
Las ideas, gustos, inclinaciones, amores y desamores y, en definitiva, la personalidad adolescente, pueden vivir muchas transformaciones y vicisitudes, conforme a su crecimiento físico y mental, transformaciones y cambios a los que padres y profesores han de estar muy atentos, ya que sus consecuencias pueden generar frustraciones e incomprensiones en el adolescente, consecuencias, que en modo alguno prevén padres y profesores porque, en gran número de casos, estos padres no son capaces de admitirlas por ser distintas a las suyas y porque otra gran parte de profesores, se ponen de perfil ante sus posibles causas u orígenes, bien por ignorancia, bien por desidia.
Y esto lleva a la cuestión que debe primar en la enseñanza, que es la vocación.
Casos de profesores sin vocación para la enseñanza y estar dando clases, que no enseñando, solo “por una decisión imprevista, o por pura conveniencia personal”, abundan en los centros educativos, por lo que su labor profesoral se limita a las explicaciones académicas, cubriendo estrictamente el horario escolar y mirando para otro lado ante situaciones de los alumnos que les son incómodas, por no convenirles investigar el origen o causas de dichos comportamientos o reacciones.
Esto desnaturaliza la enseñanza.
Muchos colegios, directores, profesores y tutores no son capaces, por negligencia o desidia, de conocer a sus alumnos y con ello, sus ambientes familiares y escolares, sus sentimientos, frustraciones y anomalías mentales, limitándose a “dar clases”, y al no existir vocación en gran número de los casos, este profesorado descarta implicarse en la formación humana.
En Murcia, un menor de 14 años herido tras ser apuñalado por un compañero en Águilas, suicidios por acoso escolar, incorporaciones a bandas callejeras, son solo tres ejemplos de lo que está ocurriendo en las aulas escolares o académicas o centros educativos y estos centros formativos se limitan al silencio negligente y a mirar para otro lado.
A su vez, las Inspecciones académicas no dan importancia alguna al conocimiento y control del alumnado.
Expresiones posteriores de ¡¡¡Quién lo iba a imaginar!!!, carecen de justificación alguna.