A casi un mes del acuerdo del Brexit que durante tanto tiempo ha perseguido Reino Unido, comienzan a sentirse las consecuencias en la autonomía económica que creían tener.
Es que algo huele mal en Reino Unido: los pescados están pudriéndose en los puertos.
Parece ser que los pescadores británicos, en especial los escoceses, han sacado mal las cuentas y ahora se encuentran con kilos y kilos de animalitos que han sido atrapados por sus redes y que deberán, más tarde o más temprano, tirar a la basura.
Reino Unido no ha tenido en cuenta la burocracia que le esperaba del otro lado del acuerdo. La inmanejable montaña de papeles, controles aduaneros y certificados sanitarios con los que debe bailar el exportador a la hora de intentar despachar sus productos Europa adentro, provoca demoras en la frontera y obliga a la Unión Europea a pagar, tal vez, un precio un poco más abultado por el pescado local, a sabiendas de que llegará antes que el británico.
La ira comenzó a adueñarse en serio de los productores portuarios de UK en el momento en que la subsecretaria de Estado de Ganadería y Pesca, Victoria Prentis, admitió no haber leído el acuerdo comercial rubricado el 24 de diciembre por haber estado inmersa en los preparativos navideños de su pueblo: “El acuerdo llegó cuando todos estábamos muy ocupados con la Navidad; en mi caso, organizando la ruta local del Belén”, respondió la funcionaria durante una comisión en la Cámara de los Comunes el pasado 13 de enero.
Tal vez el enojo haya ido en aumento ese mismo día, luego de escuchar al líder de esa Cámara, Jacob Rees-Mogg, afirmando que “los peces son mejores y felices ahora que son británicos”, para luego completar entre risas: “Claro que no hay evidencia abrumadora sobre esto”.
El parlamentario explicó que el Gobierno está “abordando esta cuestión”, y que la clave es que ahora tienen sus pescados de vuelta en casa. Certera frase la de Jacob, teniendo en cuenta que las fronteras se les cierran cada vez más a esos pescados que quieren emigrar y pedir la ciudadanía comunitaria en la mesa de algún hogar francés, español u holandés.
Los pescadores, que habían visto con buenos ojos la salida de Reino Unido de la UE porque tendrían más libertades a la hora de salir con sus lanchas al mar, acumulan hoy pérdidas por un millón de libras al día por los retrasos en la exportación, y ya no se sienten tan orgullosos de su patriotismo. La semana pasada, de hecho, camioneros escoceses que transportaban mariscos y pescados protestaron en las inmediaciones de la casa de gobierno británico con la frase “La masacre del Brexit” estampada en sus carteles.
El sector ha sufrido sobremanera durante la pandemia, y se ha visto golpeado luego del cierre de fronteras con Francia en diciembre. Ahora encuentra un nuevo obstáculo que los aleja del océano y los acerca al palacio de Westminster, donde amenazan con dejar todas sus pérdidas. Fue Jamie McMillan, director de Loch Fyne Seafarms, quien inmortalizó la advertencia en vídeo, hablándole directamente al primer ministro británico Boris Johsnon. En él, le aseguraba que si los exportadores escoceses no logran ingresar sus productos marinos al mercado en estos días, se apostarán en las puertas de las Casas del Parlamento y tirarán allí todo su pescado podrido. “De la misma manera en que el Gobierno británico está podrido hasta la médula”, cerró lapidario McMillan.
El divorcio del mercado único de la Unión Europea y UK ya es un hecho, y los más férreos defensores de la salida del Reino Unido comienzan a creer que, por muy felices que puedan ser, el Brexit apesta.